LA CAJA DE ZAPATOS

Sara y Máx se mudaron a Guanajuato días después de casarse. El trabajo de él como agente de ventas de una farmacéutica lo mantenía viajando todo el tiempo entre los Estados colindantes y habían decidido juntos que ese lugar era el más indicado para no estar a más de 3 horas de distancia.
San Miguel de Allende se veía imponente, su arquitectura enamoró más a la pareja que se alojó en un hostal cercano al jardín mientras les entregaban su nueva casa.

Luego de 3 noches, el administrador de la agencia de bienes raíces telefoneó a Max para decirle que por una situación ajena a su comprensión, los dueños de la casa habían cambiado de parecer con respecto al alquiler del inmueble y tenía en sus manos el cheque con el depósito y renta para su justo reembolso.

Al día siguiente, Max y Sara se dirigieron a la oficina del administrador, un poco molestos pero concientes de que aquella extraña situación no estaba en su completo control y responsabilidad.
Max era un joven astuto y educado, de familia humilde pero trabajadora, sin embargo, algo no le convencía de aquella situación.

Después de recibir el cheque, ambos decidieron buscar por su cuenta algún lugar dónde poder instalarse, la idea de seguir ocupando un hostal no era precisamente lo que tenían en mente cuando decidieron viajar.

Caminaron un largo rato, deteniéndose a preguntar en cada sitio que por anuncio o recomendación de la misma gente, ofrecía espacios en alquiler.

Pasadas las 3 de la tarde, cansados y hambrientos, decidieron parar a comer algo en una pequeña fonda que se veía muy humilde pero que dejaba salir por sus ventanales un exquisito olor a guiso, seducidos por ello, no dudaron en entrar y pedir la comida del día.

El lugar estaba muy limpio pero era evidente que los años habían cobrado factura, las mesas y las sillas tenían pequeños pedazos de enmienda en la tela y tablillas de soporte en las patas. Fuera de eso, la vajilla era medianamente nueva y cuidada.

Sara, amante de la fotografía por pasatiempo no dudó de capturar aquella pintoresca fonda.

Cuando estaban por servir su plato fuerte, un hombre joven en traje, entró a la fonda y se sentó en la mesa situada al final de la pieza, justo en el lugar donde los rayos del sol no tocaban.

Max no tardó en darse cuenta de que aquel hombre los miraba aunque discreto, fijamente cada vez que tenía oportunidad. De momento lo asoció a la belleza de Sara, que por lo general era común donde quiera que se presentaran.

Luego de unos minutos, mientras Max disfrutaba aquel exquisito guiso, el hombre se acercó a su mesa con cierta actitud tímida para solicitarles si podía acompañarlos.

Sara aceptó de inmediato por su generosidad y carisma que la caracterizaban.

Notaron entonces que aquel hombre parecía perturbado, así que Max decidió que debía indagar un poco.

-¿No le gustó el guisado amigo?-
Preguntó mientras doblaba una tortilla para comerla.

-El guisado está delicioso, paso muy seguido a comer aquí.-
Respondió el hombre cabizbajo y luego bebió un trago de su vaso de agua para continuar.

-Siento mucho haber tenido que rechazar su oferta de alquiler de la Casa Roja, pero no fue nada personal, es por la Caja de Zapatos, cosas muy extrañas suceden ahí, por eso siempre está sola y si por alguna razón mando alguien a cuidar no soportan más de una noche. La última vez, la pareja que se quedó tenía hijos. Esa noche, el más pequeño de ellos despertó a sus papás cerca de la 1am porque en el armario de su habitación alguien gritaba que le entregaran su caja de zapatos. Cuando fueron a investigar, no pudieron abrir y según dijo aquel hombre, un grito horrible inundó la casa, era la voz de un hombre que entre llanto y dolor exigía una caja de zapatos. Por eso no se las renté, había olvidado que dejé los datos en la oficina de bienes raíces, perdonen, si lo desean les ayudaré a buscar un buen lugar.-

Max y Sara se quedaron atónitos.

-Entonces ¿Tú eres el dueño? Agregó Max. -
-Si, lo soy aunque he pensado en vender, mi abuela me heredó esa casa, que aunque nunca la habitó, le tenía un cariño especial.-

Max se quedó pensativo un momento, luego de unos segundos, comentó.

-La verdad yo no creo mucho en esas cosas de fantasmas y espantos, cuando me mandaron fotos de la casa nos gustó mucho y por eso la elegimos. Debo confesar que hace unos minutos te odiaba sin conocerte por habernos puesto en éste aprieto pero te propongo algo. Sara y yo no tenemos hijos, así que ¿porqué no nos dejas quedarnos ésta noche en tu casa? Te pagaremos un alquiler, lo que cuesta una noche de hostal. Si algo "extraño" sucede, nos marcharemos pero si no, me la alquilas.-

El joven se sorprendió de la respuesta de Max, la seguridad con la que había hecho aquella desafiante propuesta lo hizo ganar cierta confianza.

-No estoy seguro de que sea una buena idea, yo tampoco creo en éstas cosas y si debo ser sincero jamás he presenciado algún evento paranormal ni nada de eso. Acepto pero con una condición. Mi novia está de vacaciones conmigo éstos días, ¿porqué no nos quedamos los 4 ésta noche en la Casa Roja? Siempre he tenido la inquietud de averiguar si los relatos son ciertos o han sido pretextos para no pagar los alquileres, personas que solo buscaban matar su curiosidad. No había reunido el valor para alojarme yo solo pero si están de acuerdo, nos podemos reunir hoy a las 7 para cenar cerca del Teatro, está a escasas calles de la casa, yo invito, de ahí partimos.-

-Me encanta la idea- agregó Sara.

-Suena perturbador e inusual, pero creo que es una condición justa... ¿Cómo me dijiste que te llamas?-

-Romel, mi nombre es Romel y mi novia se llama Eva.-

Luego de eso, se despidió de ellos amablemente ya sin esa actitud sombría y misteriosa, puso 2 billetes sobre la mesa y añadió:

-La comida también la invito yo, nos vemos ésta noche.-

(...)

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