😱EL CHARRO NEGRO Y LA MUJER DE NEGRO.😱
En las faldas del cerro del Atlaco, donde hoy se asientan las comunidades de Las Colonias y Ahuehuetes, además del fraccionamiento Real de Atizapán, en tiempos de la Conquista existía una asentamiento otomí denominado Teocalhueyacan, donde según cuenta la historia se dio asilo a Hernán Cortés luego de la “Noche Triste”. Al occidente de ese cerro se fundó la primer colonia de Atizapán, entre 1924 y 195, llamada en sus inicios Colonia Benito Juárez, hoy conocida simplemente como Las Colonias; junto a esta comunidad se localizaba un gran terreno, de unas ocho hectáreas de superficie aproximada, donde funcionaron por muchos años unos campos deportivos conocidos como “El Sauzalito”.
Este gran predio estaba delimitado por un camino de herradura o tierra, el cual fue pavimentado durante el gobierno de don Manuel Yáñez Velázquez, para unir el pueblo de Atizapán con Las Arboledas. En esa época existía el Rancho de la Renta, ubicado al oriente de Las Colonias, donde todo era sembradíos y magueyales, que servían de escenografía a las escasas casas de los colonos, cuyos hijos aprovechaban las enormes extensiones de tierra para jugar a sus anchas. Un día, un grupo de niños estaban jugando cerca de un pozo de agua, donde vieron al oscurecer a una mujer elegantemente vestida, con ropas de color negro, que usaba guantes, y un velo que le tapaba la cara; cuentan que ella les hacía señas para que se le acercaran e incluso escucharon su voz dulce. Asustados, ellos corrieron a su casa y se metieron debajo de las cobijas, pues se dieron cuenta que la mujer se movía lentamente, sin pisar el piso, literalmente flotando; y aunque nunca supieron que paso con ella jamás más volvieron a verla.
Años después, los habitantes de Las Colonias fueron testigos de la presencia de un jinete y su caballo que siempre aparecía en esos terrenos al oscurecer: montaba un caballo negro, el cual tenía un relinchido inconfundible. Este personaje vestía de negro, sombrero también oscuro, pero brillante; la cara pintada de colores, pero los ojos le brillaban en la oscuridad de la noche.
Cuentan que el Charro Negro correteaba a quien cruzaba por estos terrenos; incluso un día un grupo de niños lo vieron y se escondieron entre los magueyes, escuchando las pisadas de las herraduras del corcel, las cuales se desvanecían hasta quedar en silencio. Los pobladores aseguran haber visto al jinete y su caballo salir de alguna de las cuevas que se encontraban en los cerros, para recorrer las tierras hasta que la noche ya no permitía verlo.
Relato de José Valle Tenorio, colonia El Potrero. Atizapán de Zaragoza México
Este gran predio estaba delimitado por un camino de herradura o tierra, el cual fue pavimentado durante el gobierno de don Manuel Yáñez Velázquez, para unir el pueblo de Atizapán con Las Arboledas. En esa época existía el Rancho de la Renta, ubicado al oriente de Las Colonias, donde todo era sembradíos y magueyales, que servían de escenografía a las escasas casas de los colonos, cuyos hijos aprovechaban las enormes extensiones de tierra para jugar a sus anchas. Un día, un grupo de niños estaban jugando cerca de un pozo de agua, donde vieron al oscurecer a una mujer elegantemente vestida, con ropas de color negro, que usaba guantes, y un velo que le tapaba la cara; cuentan que ella les hacía señas para que se le acercaran e incluso escucharon su voz dulce. Asustados, ellos corrieron a su casa y se metieron debajo de las cobijas, pues se dieron cuenta que la mujer se movía lentamente, sin pisar el piso, literalmente flotando; y aunque nunca supieron que paso con ella jamás más volvieron a verla.
Años después, los habitantes de Las Colonias fueron testigos de la presencia de un jinete y su caballo que siempre aparecía en esos terrenos al oscurecer: montaba un caballo negro, el cual tenía un relinchido inconfundible. Este personaje vestía de negro, sombrero también oscuro, pero brillante; la cara pintada de colores, pero los ojos le brillaban en la oscuridad de la noche.
Cuentan que el Charro Negro correteaba a quien cruzaba por estos terrenos; incluso un día un grupo de niños lo vieron y se escondieron entre los magueyes, escuchando las pisadas de las herraduras del corcel, las cuales se desvanecían hasta quedar en silencio. Los pobladores aseguran haber visto al jinete y su caballo salir de alguna de las cuevas que se encontraban en los cerros, para recorrer las tierras hasta que la noche ya no permitía verlo.
Relato de José Valle Tenorio, colonia El Potrero. Atizapán de Zaragoza México
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