▷El espíritu tiene hambre de niño

Cumbres insalubres e inmorales, pequeñas ciudades amuralladas en el México de las 20 centurias. Son las casas de patio en las que las familias rentaban viviendas asentadas todas en un hacinamiento. El Geras vivía aquí en el numero 20 de la calle Juárez tras una puerta enmarcada en cantera. La entrada era engañosa porque tras una gran Pasillo, siempre obscuro; sin importar la hora del día, se revelaba el patio rectangular y amplio, alrededor había casas de igual número en la planta baja como en el segundo piso, una pileta al centro del patio donde los vecinos se abastecían de agua, los lavaderos a un costado y sus mujeres ocupadas con la ropa, al fondo se encontraban los sanitarios comunales y cientos de cordones como tendederos secando la ropa al sol, y niños, niños por todos lados.


¡Gerardo!- su mama desde la cocina del interior no.12. El Geras pretendió no escucharla y siguió apurado haciendo la tarea. ¡Muchacho del demonio, que no me escuchas que te estoy hablando!- le gritó su madre azotando la puerta de su cuarto

- ¡Que te vayas por las tortillas, por que tu papá ya se tiene que ir a trabajar y aún no termino de hacerle su comidita!

- Pero ahí está mis hermanos sin hacer nada, diles a ellos - respondó el niño, evitando a toda costa salir por las tortillas.

- A ver chamaco del demonio, que vayas por las tortillas - y levantó su mama de los cabellos llevándolo a la cocina, ahí le da el dinero y una servilleta tejida para las tortillas. - Y apúrate que tu papá casi sale de bañarse.


El pobre niño salió llorando por los maltratos de una madre de una familia mal planeada. Ella fue señora sin quererlo y su marido tuvo que casarse al enterarse del embarazo y peor fue miedo cuando al dar a luz salieron gemelos… si los gemelos nunca fueron planeados, menos lo fue Gerardo, que nació cuatro años más tarde.


Una vez en el patio, olvidó todos los maltratos, corrió por todos lados sorteando las minas explosivas que colgaban por doquier, se cuidaba en especial de la ropa blanca por que, como todos los niños de la vecindad saben, son mortales y a penas tocas una prenda no hay cosa que te salve de la dueña lavandera quien te persigue con azotes y además pierdes un turno en el juego.


El pasillo era el problema, “El túnel del tiempo” le llamaban los niños del lugar. Siempre obscuro, a no ser de los hilos de luz que se colaban por la puerta de metal. Todos los niños pasaban corriendo cuando en pella cruzaban a la salida, todos alguna vez habían escuchado algo raro cuando entraban o salían solos por él, pero El Geras era el único que sentía que lo jalaban. ¡Ya gueyes ¡ - les gritaba el Geras en lo obscuro cuando al cruzar el pasillo algo le tocaba el cabello, pero ninguno de los niños sería tan cruel como para jugar con esas cosas dentro del túnel del tiempo. Se rumoraba que hace años uno de los vecinos del lugar había llegado tarde a su casa y su esposa, al notar que llegaba ebrio, lo había dejado fuera de la casa. El borrachito no tuvo otra que resguardarse de las mordidas del viento de diciembre en el pasillo para pasar la noche y en la mañana sólo encontraron su abrigo junto con la botella vacía para nunca saber más de él. Otra leyenda corría diciendo que hace ya bastante tiempo una familia había extraviado a su hija de 8 años una noche que salio a la tienda y que nunca regresó, su papá fue arrestado como el principal sospechoso de la investigación que no llegaba a ningún lado y de la madre ya no se supo.

Al llegar al pasillo, el niño se detiene y lo mira atentamente, junta valor y avanza despacito, paso a paso, nervioso y volteando a todos lados en espera que algo suceda para salir corriendo, pero no sucede nada, sale de la vecindad y va rumbo a la tienda.

-Mira nada más que hora es y este chamaco mugroso que no llega con las tortillas, pero a horita te caliento unos bolillitos de ayer y te sirvo tu sopa - Le dijo a su esposo mientras de la alacena sacaba el pan ya duro y lo partía para calentarlo con mantequilla.


-No Gertrudis, ya déjalo que me tengo que ir. Mejor ponme algo para llevar y almorzar en el trabajo respondió el marido levantándose de la mesa para ir al cuarto a y alistarse para salir.


¡Un almuerzo!... todo mi trabajo de la mañana para darle un maldito almuerzo, se recriminò Gertrudis, mientras enfocaba su ira en su mandil azotándolo sobre la mesa de la cocina y así la madre de tres se apuró a preparar el almuerzo para llevar.

Gertrudis pensaba que la única manera de retener a su esposo era a través la comida, ella creía que manteniéndolo contento, su marido siempre regresaría a casa sin importar cuantos amoríos podía tener, la madre de tres se sentía orgullosa por que era ella, su esposa, quien lo alimentaba y lo mantenía contento.

Gerardo a penas venía de regreso de la tortillería, abrió la puerta de la vecindad y entró sin cuidado, venía perdido en sus pensamientos, con las tortillas en una mano y en la otra las monedas de cambio. Caminaba con la mirada abajo y contaba los pasos que había desde la puerta del pasillo hasta su fin en la entrada del patio, cuando a la mitad del corredor siente una brisa helada que le sopló en el cuello, Gerardo se detuvo y se estremeció cuando una mano fría le sujetó por la espalda, parecía que la mano iba más allá de su carne, sentió como el frío le traspasaba la nuca y le tomaban de la garganta para callar sus gritos. El niño con desesperación respiraba agitadamente, tensó su garganta buscando pasar saliva. ¡Mamá!... ¡Mamá!... Balbuceaba como queriendo buscar ayuda. Aprietó los puños con fuerza hasta que sintió que las monedas le lastimaban la mano. El niño quiso moverse, quiso soltarse de la fría mano que le quitaba el aire, pero el tiempo se detuvo y sus brazos se inmovilizaron a medio camino. Poco a poco se le fueron cerrando los ojos a causa de la falta de oxígeno, el cuerpo se le fue apagando y también su voluntad. Parpadeó un par de veces y vio, a penas borrosa, la salida al patio a unos metros, sollozó e intentó caminar, las piernas se le vencían con cada paso fallido, pero con coraje y lágrimas en los ojos arrastró los pies, gritó valiente y con mucha dificultad logró soltarse saliendo de las tinieblas a tropiezos mientras las monedas y las tortillas rodaron por el suelo.


Jadeando y sollozando yace en el suelo mirando hacia sol, después de recuperarse se hincó y buscó las tortillas en el patio. ¡Maldición!...- Se reclamó por lo bajo, volvió la vista a lo obscuro para confirmar sus sospechas, las servilleta apenas se asoma por la por la sombra del pasillo y de la monedas ni hablar, esas sí se habían perdido. Desde su lugar en el patio miró fijamente en la obscuridad buscando una razón para no ir por las tortillas, pero sabe que si no llega con ellas su castigo será peor en su casa. Respiró profundamente y así lo volvió a hacer hasta que sostuvo la respiración y se zambulló en su miedo a recuperar las tortillas. Llegó corriendo y se detuvo al filo de la sombra proyectada en el concreto, se hincó y, concentrado en substraer las tortillas de lo negro del pasillo, estiró la mano tomando la servilleta firmemente para que no caigan al suelo. Cuando alzó la mirada, vio una mano que va apareciendo e intentó tomar la suya, una descarga de miedo hace que reaccione y retiró las tortillas antes de que la mano gris y huesuda lo pudiera tocar...

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